domingo, 21 de marzo de 2010

LA IGNORANCIA Y LOS MAESTROS

Por: LUIS FELIPE ANGELL DE LAMA
Hace apenas cuatro días asistí, en calidad de invitado (junto con personalidades de distintos matices: Nuestra inmortal Jesús Vásquez, “Reina y Señora de la Canción Peruana” como se le conoció y reconoció, desde hace muchos años, hasta hoy; el extraordinario Oscar Avilés, “La primera guitarra peruana” tal cual lo viene siendo desde hará unos cincuenta años; mi otro excepcional amigo, Alberto Ísola, que sigue promoviendo heroicamente el Teatro Nacional, y el suscrito “que habla”, como se decía aquí, en el año de la Pera.

Según sabemos, los maestros peruanos están agrupados en una importante y poderosa asociación pedagógica que bien puede movilizar alrededor de doscientas mil personal (la mayoría profesores) asociados al eterno problema de la Enseñanza en su eterna lucha contra la Ignorancia Oficial que, con tanto éxito, viene desembarazando la Instrucción en el Perú. Se debió la gentileza de esta invitación a la Asociación Nacional de Cesantes y Jubilados de Educación “ANCIJE” que preside actualmente el doctor Jaime Cuadros y que realizó con una maestría extraordinaria los festejos de su Institución en el 55 Aniversario de haber sido fundada.

Fue una celebración magnífica, perfecta y emocionante; conocimos de muy cerca el dramático problema de quienes consagraron sus vidas a la enseñanza y que, al final, aprendieron, más bien, cómo se proyecta y se realiza el analfabetismo peruano desde los influyentes niveles de lo que se denomina “Ministerio de Educación” sin que allí se educe nada a nadie. A los lectores les sorprenderá saber que nuestro país cuenta o descuenta de sus estadísticas algo así como 200,000 damnificados en todo el Perú, debido a la incompetencia y la ignorancia de quienes pretenden acabar con el analfabetismos peruano o disminuir el número de quienes actualmente ocupan importantes cargos vinculados al “desasnaje” de nuestros paisanos.

Este es, desde luego, una lucha de razones contra sordera y la experiencia de muchos años nos hace entender, cada día más y mejor, que aquí ni los maestros pueden enseñar ni los cachancanes administrativos aprender.

Fue una fiesta hermosa, cargadas de matices y demostrando la formidable solidaridad que une a los maestros entre ellos. Me encontré con maestros hasta de ochenta y cinco años, con una lucidez que ya quisieran muchísimos personajes perfectamente bien instalados en los cargos desde donde “educan” (Ni siquiera “instruyen”) al país entero. Esta ceremonia fue, para mí, algo muy específico y, si se quiere, íntimo, por cuanto a que mi vida siempre estuvo asociada con la Instrucción del país, única forma de sacar a nuestro pueblo del pantano donde se encuentra ahora, mientras otros países ya nos llevan delanteras inalcanzables. Como señalé ese día, cuando me ofrecieron generosamente el uso de la palabra, yo inicié mi instrucción desde apenas los cuatro años y medio, en un Kindergarten inaugurado por el Presidente Leguía en la tercera cuadra de la Avenida Arequipa (hasta hoy se conserva la capilla donde nos dictaban las primeras clases de la vida). Para mí sólo tenía el inconveniente de que todos mis compañeritos, hombres y mujeres, eran ciegos. Por problemas familiares que no vale la pena señalar, mis padres tuvieron que inscribirme allí, donde cursé, digamos, el Kindergarten y el primer año de Primaria. Aunque parezca una exageración asumí el cargo anónimo de “asesor” de mis compañeritos y les hacía muchas veces los “deberes”. Tan hermosa experiencia me duró toda la vida, hasta hoy, creándome algo así como una necesidad vital de ayudar a mis compañeros y a convertirme yo mismo en una especie de profesor anónimo. Esto lo hice toda la vida. Y cuando bastantes años después, mis actividades universitarias me llevaron en dos o tres oportunidades a la cárcel (No a la Comisaría, de donde uno salía por diez soles sino a la cárcel, propiamente dicho). A los estudiantes universitarios se nos enviaba a Lurigancho, sin ninguna prerrogativa especial y, en mi caso, la intuición me hizo hablar con un oficial a quien le dije que entre mis compañeros y yo podíamos hacer algo así como una pequeña escuela para ayudar los presos analfabetos en la lectura y escritura de nuestro idioma.

Aquello fue un éxito descomunal. El día anterior habían caído en garras de la policía dos camiones cargados de madera robada. Esa madera fue casi instantáneamente transformada (hay muchos carpinteros en el Lurigancho) resolviéndose que sí, necesitábamos un colegio de primaria para los analfabetos y, al día siguiente yo ya tenía local, tiza, asientos, pizarra, borrador y hasta unos cuadernos que vaya usted a saber de dónde salieron. Nuestra escuela duró los sesenta días que estuvimos presos los estudiantes y, ante la protesta de los demás presos “porque les quitábamos a su profesores” organizamos una reunión y escogimos un grupo muy entusiasta de presos, dispuestos a ofrecer sus conocimientos a los colegas. En los últimos días ya teníamos cajas de tizas y de libros, blocks de papel rayado para hacer los “deberes, borradores de madera, asientos, sillas y –cosa extraña- reparto general de fruta entre los “maestros”.

Cuando salimos yo traía dentro del alma una lección que jamás me abandonaría en todo lo concerniente a los seres humanos imposibilitados de surgir por sus conocimientos en las duras clases de la vida. Esto me sirvió como una brújula para siempre y, a la fecha, no son pocas las situaciones en que he puesto, modestamente, el hombro para ayudar al prójimo con la instrucción. Llegué a organizar una pequeña escuelita en el fondo de la selva, que llegó a tener como cuarenta alumnos, que comenzaban desde la letra “A” en el alfabeto universal y que, con el correr de los años, nos dio la satisfacción de encontrar un cacique completamente apto en los niveles de hablar y escribir el castellano. De allí hacia delante, la vida me ha sonreído en estos menesteres. No he vuelto a la cárcel todavía (aunque nunca debemos decir “de esta agua no beberé”) pero sí he logrado motivar a varios capos legítimos para salir adelante no con la chaveta sino con la cartilla. El niño no nace con el delito en el alma. Es la sociedad, mal constituida, la que lo hace abrir otras puertas y andar por otros caminos. Creo que los maestros son la más grande expresión de la solidaridad humana y que todos ellos deben recibir en forma unánime el apoyo de todo el país. A mí me apena ver cómo pasa el tiempo –hasta hacérsenos inalcanzable- a quienes vemos el problema con toda su transparencia y gravedad. No soy yo quién para darle orientaciones al Ministerio de Educación (Que debía ser de Instrucción Pública) pero sí creo que los maestros.-como decían y hacían los griegos de hace tres mil años- “deben enseñar hasta la muerte”.

El maestro ha encontrado las llaves para tramontar la enseñanza. Es ridículo, por no decir miserable, que se “jubile” a los maestros, como no se hace ni se ha hecho en los países más importantes del mundo, porque es un verdadero crimen contra la sociedad. No será esta la última vez que, según me lo permita el tiempo, vayamos insistiendo en el tema de la Educación. No se trata, señores, de un problema económico o social. Se trata de algo sensacional como posibilidad para levantar a nuestra niñez y juventud. A Jesucristo no se le llamó “El Divino Maestro” por gusto. En Grecia los maestros trabajaron los días de sus vidas, porque en la enseñanza está siempre la vida que palpita. En Roma jamás se juzgó a un maestro y en Europa, por si no lo saben las autoridades que hoy “educan” en vez de “instruir”, al maestro nunca se le jubila –salvo que él lo pida- y, como yo estuve tres veces en África, hace muchos años, en las incipientes tribus de ese entonces las tribus tenían tres hombres intocables. El rey o Jefe, el soldado y el maestro es algo tan importante como la vida. Repito: Estoy escribiendo a trancos largos porque así lo disponen mis circunstancias de estos días, pero quiero puntualizar que a partir de la fecha estaré en campaña nuevamente para defender a quien enseña, para ver si las autoridades aprenden. Cosa que es difícil, pero no imposible. El maestro es un soldado contra la Ignorancia. Tenemos en el Perú alrededor de doscientos mil soldados –muchísimos jubilados por la fuerza- quienes, sin otras armas que una pluma y un papel, pueden ganarle cualquier guerra a la ignorancia. Y los ignorantes, desde luego.

Quien arremete a un maestro se suicida ante sí mismo.

Domingo, 24 agosto 2003

1 comentario:

Vicente Estrella dijo...

Luis Felipe, difnisimo nombre para un espiritu inalcanzable de bondad. Coincido en toda su extension con lo manisfestado en esta maravillosa alucución y oda al maestro. Dios debe estar pensando seriamente el porque se lo llevo a su lado, si todavia hay mucho por hacer aqui en esta tierra.