domingo, 26 de octubre de 2008

PAGINA ABIERTA*

*Prologo del libro de sonetos de puro amor que Luis Felipe Angell de Lama escribió bajo el nombre De nácares y venas, edición de 200 ejemplares numerados y firmados por SOFOCLETO. Apareció en marzo de 1998.


Escribe: SOFOCLETO

Soy hombre de mar!

Nací en nuestra centenaria casa que todavía sobrevive en la calle Hermanos Cárcamo, de Paita. El que habría de ser mi dormitorio y donde mi madre me trajo al mundo, se hallaba en el lado posterior de la casa, asentado sobre inmemoriales pilotes de algarrobo y gratificado a los efectos de la luz y el aire fresco por inmensos ventanales corredizos, a través de los cuales transitaban el amanecer que, al salir por la ventana opuesta, se convertía en crepúsculo y el aliento inolvidable del mar, limpio en la madrugada y cargado de estos multimilenarios licores indefinibles con que, seguramente, Neptuno humedece las aguas para divertirse con sus mareas, sus remolinos embriagadas y sus bramidos desafiantes que las playas se encargan de amansar.

Nací, pues, entre piedras, arenas, algas, fragmentos de nácar, olas infatigables, calores que freían el aire y cielos tanto más azules cuanto más blancas nubes adornaban su inmensidad. Junto conmigo y dentro de mi alma indeleble nacieron también un desconcertado respeto por el universo, por el sol que veía pasar, por la luna que lo seguía pacientemente, según las mujeres de mi tierra quieren a sus hombres – mitad maridos, mitad hijos, como en todas partes del mundo y de la historia- y por las estrellas, de las que sólo se veía la luz porque a sus velas se las comía la oscuridad.

Paita y su microcosmos crecieron dentro de mí como una cálida planta cultivada por los relatos familiares; las anécdotas de anteriores generaciones, cuya cronología nunca pude establecer porque era muy pequeño cuando los demás la conocían pero ya habían muerto casi todos en la familia cuando quise poner en orden mis raíces y sólo encontré algunas puertas vacías de información. Mi madre, que perdió la juventud pero jamás la belleza esplendorosa, nimbada por las plateadas canas del ocaso, tampoco perdió el dejo y la fabla nuestra, de los piuranos. Sus decires, sus gestos, sus actitudes y su voz eran como un heterogéneo jardín que revivía constantemente en nosotros – mis hermanos y yo – una mística reverencial por la tierra lejana a la que, según se lo prometimos, jamás regresaríamos mientras ella viviera.

Crecimos con el tondero metido en los latidos del corazón y con la mejor comida del mundo refrescándonos la memoria del paladar. Vivimos siempre con Piura en el alma y yo, en lo íntimo, con esta alma de Piura que era la Paita de mis primeros días como habitante del planeta al que alguien nos envió, por castigo o recompensa. ¡Vaya usted a saber! Ahora me parece un recuerdo casi imposible pero es evidentemente cierto que – vagabundo como he sido y protagonista de mil andanzas por todos los recovecos de la Tierra – mi sensibilidad final y verdadera jamás salió de ese cuarto sobre el mar y en todo en mí fue creciendo en total identidad y comunión con cuanto vieron mis ojos incipientes y escucharon mis oídos, todavía vírgenes, dentro del ambiente en que nací.

Conmigo crecieron también, según los años desfilaban hacía mí mismo, como un ejército de horas acuartelándoseme en el alma, mis afectos por el mar, las arenas, los amaneceres, los crepúsculos, la luna, la sombras y el culto al nácar tibio, tostado en la piel de alguna mujer inolvidable, cuya presencia se me entrecruzó siempre en la memoria, como peinándome el ayer cuando nos encontrábamos recorriendo nuestros jardines interiores.

La luna ilumina todos los días Paita, Piura, Perú, tierra donde nació SOFOCLETO

No hay comentarios: